Irán ha difundido este lunes los resultados oficiales de las elecciones legislativas celebradas el pasado viernes, en las que los conservadores renovaron la holgada mayoría de la que dispusieron en el Parlamento durante la última legislatura, con 232 escaños de 290. La Comisión Electoral del país ha anunciado que 245 de la cifra total en liza han sido elegidos en primera vuelta y que la mayoría de ellos han recaído en candidatos conservadores, según la agencia oficial IRNA. Estas elecciones han registrado la participación más baja de la historia de la República Islámica. El dato oficial sitúa ese dato en el 41% de los 61 millones de electores iraníes. En pasadas citas electorales, la afluencia a las urnas había superado en ocasiones el 70% de los potenciales votantes.

Los resultados no han sido una sorpresa. Solo unos 30 candidatos considerados moderados o reformistas —quienes defienden una mayor apertura del régimen islámico— habían pasado la criba previa del Consejo de Guardianes, mientras que la inmensa mayoría de ellos habían sido descalificados. El Consejo de Guardianes es una institución integrada por 12 miembros, la mitad nombrados directamente por el líder supremo iraní, el ayatolá Alí Jameneí, mientras que sus otros seis integrantes son nombrados, previa aprobación del Parlamento, por otro cargo designado directamente por Jameneí: el jefe del Poder Judicial.

El Frente de la Reforma, que agrupa a una veintena de organizaciones reformistas, había renunciado a presentarse a estas elecciones, que definió como “sin sentido y no libres”. Profesores, estudiantes, políticos y activistas, como la premio Nobel de la Paz de 2023 Narges Mohammadi, habían instado también al boicot.

El profesor en el Centro de Estudios del Golfo de la Universidad de Qatar Luciano Zaccara, considera que el hecho de que la “oposición reformista” no haya estado presente “en el panorama político electoral” no significa “que la competencia en las elecciones haya desaparecido”. En su opinión, en los comicios iraníes, “lo que se dirime son las cuotas de poder de las diversas facciones conservadoras, que distan mucho de ser un frente común”.

La práctica ausencia de voces críticas al régimen entre los candidatos se ha sumado a que estas elecciones —en las que también se eligió a los miembros del organismo que deberá elegir al sucesor del líder supremo, la Asamblea de Expertos —, han sido las primeras tras las últimas protestas contra el régimen en Irán. Esas manifestaciones se desataron el 16 de septiembre de 2022, el día de la muerte bajo custodia policial de Mahsa Yina Amini, una joven de 22 años que tres días antes había sido detenida en Teherán. Su arresto obedeció a lo que en el país islámico es un delito: llevar mal colocado el velo que, por ley, debe ocultar el cabello.

Las protestas que muy pronto adquirieron como lemas el eslogan de origen kurdo “Mujer, vida y libertad” y otros como “Muerte al dictador” o “Mulás, perdeos”, solo pudieron ser sofocadas con represión. Al menos 500 personas murieron a manos de paramilitares y fuerzas de seguridad, según organizaciones de derechos humanos iraníes en el exilio. Muchos iraníes, según esas ONG, perdieron uno o ambos ojos por disparos de esas fuerzas. Más de 22.000 personas fueron detenidas y, hasta ahora, ocho hombres han sido ejecutados en la horca en relación con las manifestaciones.

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El rechazo que mostraron los manifestantes y la mala situación económica del país, cuyo último dato de inflación en otoño se elevó al 56%, hicieron temer a las autoridades de Irán una baja participación. Las encuestas situaban la posible afluencia a las urnas en una horquilla entre el 30% y el 41%. El dato oficial se ha situado en el mejor de esos datos, el 41%, 25 millones de votantes, que había ofrecido la semana pasada una encuesta de la oficialista Agencia de Sondeos de Estudiantes Iraníes (ISPA).

Desde que el fundador de la República Islámica de Irán, el ayatolá Ruhollah Jomeini, sentenciara en 1979 que el voto popular es “la medida de las políticas del Estado”, los dirigentes del país habían utilizado los altos datos de participación en elecciones anteriores para legitimarse y demostrar el apoyo popular al sistema político iraní, en el que coexisten instituciones republicanas electas, como el Parlamento, con otras de una teocracia islámica, como la figura del líder supremo.

En ese sistema híbrido, las segundas tienen la última palabra sobre lo que deciden las primeras. El Consejo de Guardianes, por ejemplo, tiene la facultad de vetar, no solo a los candidatos a las elecciones legislativas y presidenciales, sino cualquier ley que considere contraria a la Constitución iraní o al islam.

A pesar de que el dato de participación el viernes es aún peor que el de las presidenciales de 2021, que apenas superó el 42% y fue entonces el peor registrado en el país, el presidente de Irán, Ebrahim Raisí, destacó el sábado en un comunicado que los comicios han supuesto “un gran no” al “frente antihumanista de la arrogancia”. Raisí era uno de esos candidatos de línea dura que también acaparaban las listas de 144 aspirantes a los 88 asientos en la Asamblea de Expertos. En esas elecciones, el jefe del Gobierno iraní ha revalidado su puesto.

La preselección de candidatos para la Asamblea de Expertos había sido aún más restrictiva que para el Parlamento, en lo que algunos analistas interpretan como un intento de preservar el statu quo tras la muerte del líder supremo, de 84 años. Incluso el expresidente Hasán Rohaní había sido vetado para la reelección en esa Asamblea que elegirá al sucesor de Jameneí, después de su fallecimiento.

Luciano Zaccara considera que, en el país persa, las elecciones legislativas han sido por lo general “un mecanismo de resolución de los conflictos intraélite política”. Como apunta el veto a candidatos como Rohaní, “la base ideológica de esa élite se ha reducido mucho”, arguye este especialista en Irán.

El politólogo Ali Alfoneh, del Instituto de los Estados Árabes del Golfo en Washington (AGSIW, en sus siglas en inglés), coincide por correo electrónico desde Estados Unidos en que “el círculo de confianza del régimen [iraní] es cada vez más estrecho, y muchos grupos de élite, que antes servían lealmente a la República Islámica, han quedado marginados políticamente. Por un lado, esta evolución facilita teóricamente la toma de decisiones, ya que un grupo más reducido de personas con opiniones políticas similares gobierna el Estado. Por otro lado, la reducción de las élites gobernantes hace que el régimen sea menos representativo de la población, socava su legitimidad y amplía la brecha entre el Estado y la sociedad iraní”.

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