Si la literatura es el “camino de la voz en la muralla de Babel”, como dijo este fin de semana el flamante premio Formentor 2023, Pascal Quignard, al recoger su galardón, la inteligencia artificial también ha encontrado su sitio en ella. Desde el Talos de la mitología griega, considerado el primer autómata de la historia, al Frankenstein de Mary Shelley o, mucho más recientemente, el robot creado para cuidar niños en Klara y el sol, del Nobel Kazuo Ishiguro, la figura inquietante de un ser artificial creado por humanos y capaz de superarlos ha acompañado la creación literaria de igual forma que acompaña los temores de la sociedad.

La inteligencia artificial ha irrumpido con fuerza en el debate cultural ante el poder devorador de una herramienta capaz de sustituir a guionistas, escritores, ilustradores o creadores en general. Pero lo cierto es que, con nombres y aspectos distintos, el artefacto con poderes humanos creado por el hombre nos persigue desde tiempos inmemoriales. De todo esto se habló en las Conversaciones Literarias de Formentor celebradas durante el fin de semana en la antigua estación de Canfranc, en la frontera con Francia, un espacio también mitológico recuperado hoy como un fantasmagórico hotel de montaña donde los diálogos suceden muy cerca de las nubes y del sol.

“La religión es la primera Inteligencia Artificial de la historia”, aseguró Agustín Fernández Mallo. “Le pedimos que nos resuelva algo que nosotros no podemos resolver. Crear algo que nos supere y nos domine es algo que atraviesa nuestra cultura”. El físico y escritor diseccionó las razones últimas por las que los humanos creamos humanoides, robots, hijos, mascotas o seres que ahora podemos llamar Inteligencia Artificial y en los que nos proyectamos sin abordar la identidad y el poder que adquieren una vez que existen. El monstruo, recordó Malló, espetó a Victor Frankenstein: “Tú eres mi creador, pero yo soy tu dueño”. Y en esa difícil relación se esconde el miedo que ahora también nos atenaza ante las herramientas capaces de desnudar a adolescentes, como ha ocurrido estos días en Almendralejo, o de suplantarnos como autores.

Xita Rubert (que acaba de publicar Mis días con los Kopp, Anagrama), puso sobre la mesa La cabeza del profesor Dowell, una obra del ruso Aleksandr Beliáiev, en la que un discípulo guarda la cabeza sin cuerpo de su mentor para apropiarse de sus ideas. La figura de una mujer que cuida esa cabeza y se convierte prácticamente en su amante nos lleva a la reflexión sobre los roles que se asumen ante el engendro: ¿quién cuida a quién? También es cuidador el robot creado por Ishiguro y que Marta San Miguel (Antes del salto, Libros del Asteroide) aportó al debate como reflexión sobre todo lo que hemos delegado en la tecnología para que se haga cargo de nuestros hijos. Y la leyenda judía medieval del rabino que crea un hombre de barro que cobra vida hasta adquirir una inmensa capacidad de destrucción fue recordada por Paloma Díaz Mas a partir de El golem, de Gustav Meyrink.

“Estamos preocupados por la humanización del robot y lo que a mí me preocupa es la robotización del humano”, ironizó Marta Sanz en los terrenos cruzados de un debate que no calmó inquietudes, sino que las despertó. Víctor Balcells, por ejemplo, asombró al relatar el argumento de Carbono modificado, un libro de Richard Morgan en el que los humanos pueden morir, pero no las pilas en sus cerebros, que pueden implantarse en cuerpos ajenos de quien puede pagarlos. “La publicidad en ese mundo se te mete en la cabeza y solo los ricos pueden comprar bloqueadores para evitarla. Los pobres están condenados a tenerla siempre en la mente”. La facilidad de hackear a una persona entera en el mundo de Morgan nos acerca a nuestros desafíos.

El Gran Hermano que vigilaba a los ciudadanos en 1984, de George Orwell, “se ha convertido en el Gran Primo, el Gran Tío, el Gran Cuñado y todo lo que podamos imaginar, porque nuestra vida está sometida al escrutinio de mil cámaras”, aseguró el diplomático Carles Casajuana. “Orwell se quedó bastante corto”.

Otro clásico ineludible es Isaac Asimov, quien escribió hace ya 75 años que una de las reglas esenciales del robot es no volverse contra los humanos. “Pero hoy los bots nos suplantan y los robots campan a sus anchas en la distopía que es nuestro presente”, aseguró el físico y novelista Juan José Gómez Cadenas. “Un robot que puede reprogramarse tiene libre albedrío. ¿Y si deciden desobedecernos para hacer el bien?”. Basilio Baltasar, director de la Fundación Formentor, ahondó en la cuestión a partir de La Eva futura, de Auguste Villiers de l’Isle-Adam.

Si la ética, el alma y la conciencia que se presupone a los humanos juegan tan difícilmente su papel en la convivencia social, la alerta sobre un mundo en el que el robot multiplique su poder sin los cortafuegos que lo controlen resonó alto desde Canfranc. Clausurado el festival, la única seguridad que nos acompañó al salir es que el temor a nuestras propias criaturas seguirá alimentando la literatura y la creación. Porque, como concluyó Basilio Baltasar, “espero que se vayan de aquí tan preocupados como yo”.

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